El EnRojo Queer, y las dificultades del apalabramiento
Después de leer el dossier de EnRojo dedicado a la comunidad LHBTTQ en Puerto Rico, me gustaría comentar los artículos de Rubén Ríos Ávila y de Rafael Acevedo porque me he dado cuenta de que algunos de los lectores desconocen el contexto al que me he estado refiriendo en mis intervenciones en la página electrónica de Claridad. En su artículo “La lucha LHBTT: de las identidades a las ciudadanías”, Ríos Ávila comenta la apertura de la huelga en la Universidad de Puerto Rico a la participación de las organizaciones que representan los intereses de la comunidad gay en la isla. Pero al mismo tiempo señala cómo esa entrada del sujeto a la ciudadanía genera un “recibimiento violento” que se ejemplifica en la reciente alza en los crímenes contra los transexuales y el aumento de la transfobia. El segundo ejemplo que Ríos Avila examina es la “reciente aparición” del libro Opus totus, publicado por tres profesores heterosexuales que tratan de imitar una poesía lesbiana. Este ejemplo resulta de interés en el contexto del dossier de EnRojo, porque el único autor confeso de la antología, Rafael Acevedo, también participa en este número especial de EnRojo con una columna que lleva el llamativo título “Yo no tolero a los gays.”
Antes de continuar, sería necesario hacer algunas aclaraciones sobre la antología Opus totus. En primer lugar, este libro no es de tan reciente publicación. La antología salió originalmente en el 2006. Lo que sucede es que los autores decidieron volver a presentar el libro en el 2009, y lo lograron con el apoyo del profesor Luis Felipe Díaz, quien travestido como “Lizza Fernanda” apoyó la publicación diciendo que “El interés por la cultura letrada está empezando a despertar en la comunidad gay, a pesar de que hay una cultura gay escribiendo hace tiempo” (El Nuevo Día, 26 de abril 2009). Segundo, la antología es el proyecto de varios autores heterosexuales que han permanecido en el anonimato, aunque muchos sabemos de quiénes se trata, y sólo Rafael Acevedo ha reclamado públicamente su participación en la preparación del libro. Sin embargo, Acevedo es también el único autor con alguna visibilidad por su trabajo poético y narrativo, ya que el resto de los co-autores son profesores universitarios sin una carrera intelectual significativa. Por último, el trabajo de la edición es muy pobre, y quizá sólo sea salvable la foto de la portada, que ni siquiera fue tomada por ninguno de los co-autores de este texto. Toda esta información ha estado disponible en varias páginas de web y artículos de periódico, pero como suele ocurrir, muchos ignoran estos detalles, y por eso es que fue posible que el dossier de EnRojo incluyese en su primer número dedicado al tema de la sexualidad a uno de los autores de uno de los gestos homofóbicos más públicos de los últimos años.
Regresemos entonces a la intervención de Acevedo en el dossier de EnRojo. La columna de Rafael Acevedo es un texto escrito apresuradamente, y que presenta dos argumentos sin aclarar su posible correlación. Primero, Acevedo critica la “tolerancia” como una práctica que no abre efectivamente espacios de aceptación para la minoría que se tolera, sino que propone una convivencia incómoda con aquél o aquélla a quien a fin de cuentas no se acepta. Segundo, la columna defiende el valor absoluto de una buena literatura, cuestionando el que una literatura gay o lesbiana, o incluso queer, pueda tener los méritos de una literatura que se proyecta a temas universales, refiriéndose a una literatura “sin apellidos”. El problema es que este reclamo de “universalidad” ha sido el argumento que usualmente se utiliza para excluir a literaturas menores, regionales, o minoritarias del canon de una supuesta literatura universal que ha sido tradicionalmente una literatura eurocéntrica. Con ese mismo argumento se ha excluido la literatura puertorriqueña, latina o “de mujeres” de lo que se ha definido como el canon de la literatura occidental. Por otra parte, este argumento supone que las literaturas regionales, étnicas, o comunitarias son de por sí de inferior calidad estética, tan sólo por su compromiso con una realidad inmediata o un movimiento social concreto. Y como ha notado la compañera Lilliana Ramos Collado en su comentario titulado “EnRojo Queer: Las inclusiones y las exclusiones siempre son políticas”, este reclamo de una buena literatura sin apellidos, niega, sin embargo, la existencia de estéticas que se articulan desde experiencias y perspectivas que difieren de esa literatura supuestamente universal que Acevedo define como superior. Por último, este ensayo termina dando permiso a que se publique un EnRojo Queer, gesto que contradice la discusión sobre la tolerancia con la que comienza el artículo, y que también deja a esta lectora preguntándose si Acevedo pensó que estaba escribiendo un prólogo para apadrinar el dossier de EnRojo, en vez de una intervención formal.
Sin embargo, más allá de si el argumento del ensayo de Rafael Acevedo es válido o novedoso, está el tema del lugar que ocupa su intervención en el contexto del dossier, sobre todo cuando recordamos que el autor de este ensayo es el único que ha aceptado abiertamente su participación en la antología de Opus Totus. Esto lo podemos ver claramente en la página del blog del autor, donde se reclama una voz feminista y femenina, y en la que usa el pseudónimo Beba Marucci, que es el mismo que aparece en la antología (http://totalia.blogspot.com/). Esta insistencia en ocupar un discurso femenino es también notable en un artículo que se publicó en El Nuevo Día el 26 de abril de 2009 que se tituló “Hay hambre de poder expresar” y en el cual a Acevedo le corresponde la importante tarea de hablar a nombre de las lesbianas en Puerto Rico (http://www.elnuevodia.com/hayhambredepoderexpresar-561439.html).
Surgen tres interrogantes en relación con el lugar que Acevedo ha decidido reclamar en este contexto. En primer lugar, resulta interesante que el mismo autor que esgrime el argumento de que lo que se debe valorar es la “buena literatura”, dejando de lado los apellidos y regionalismos de una escritura gay, lesbiana o queer, se haya dedicado a la tarea de editar una antología de textos que son realmente parafraseos mediocres de bromas sexuales comunes entre sus amigos macharranes. ¿En dónde queda la buena literatura aquí? ¿o es que por ser “literatura lésbica” se implica ya que es mala literatura, y por ello cualquier mofa barata es una intervención válida? La segunda pregunta que surge es por qué insiste Acevedo en auto-denominarse como el que habla en el lugar de las mujeres y de la comunidad gay y lésbica en Puerto Rico? ¿por qué insiste Acevedo en ocupar la voz de las intelectuales del país, como si esas intervenciones hicieran falta? ¿dónde reconoce Acevedo su lugar privilegiado como hombre heterosexual, y cuándo se le puede recordar que los actos de solidaridad que obliteran la expresión del otro son en efecto actos de paternalismo? Y por último, surge la pregunta ¿por qué es necesario editar una antología de poesía lesbiana mediocre cuando en Puerto Rico tenemos una nutrida tradición poética lésbica (pienso en Nemir Matos Cintrón, Luz María Umpierre, Lilliana Ramos Collado, y Frances Negrón Muntaner, entre tantas otras) que han creado proyectos estéticos diversos, innovadores y muy interesantes? Curiosamente, dos de estos textos clásicos--Las mujeres no hablan así (1981) de Nemir Matos Cintrón y Reróticas (1998) de Lilliana Ramos Collado— se re-editaron este mismo año.
Aunque coincido con la observación de Rubén Ríos Ávila de que esta antología lesbofóbica se puede ver “como reacción histérica de una masculinidad asediada, sitiada, debilitada”, me parece que el efecto de orquestación con el cual se ha visibilizado este texto obedece a un sistema un poco más complejo de yuxtaposiciones afortunadas y desafortunadas. Por una parte, el libro se publica y se anuncia de tal manera, que se imposibilita la crítica abierta al mismo, porque al hacerlo se crea una controversia que inevitablemente atrae más atención hacia la antología y sus autores. Esto ha hecho que muchos nos hayamos quedado callados durante las presentaciones del libro; pero paradójicamente hizo posible que el número especial de EnRojo incluyese al autor del libro junto con la crítica de Ríos Ávila. ¿Justicia poética? Por otra parte, Opus totus no sólo surge en un campo literario donde existe ya una fuerte tradición poética lésbica, sino que el texto ha servido como una intervención paródica que ha promovido una paradójica alianza de macharranes con hombres gays puertorriqueños. O puesto en palabras más simples, las “locas” le hacen la rueda a los macharranes que publican esta antología, y en el proceso algunos de ellos hacen carrera. El mejor ejemplo, por supuesto, es el de Lizza Fernanda y los autores de Opus totus. Este tema, sobre el que Efraín Barradas ha escrito un fascinante ensayo titulado “El macho como travesti. Propuesta para una historia del machismo en Puerto Rico”, nos lleva a cuestionar una alianza en la que hombres heterosexuales y homosexuales se alían ante la amenaza común de una masculinidad asediada a nivel social e institucional. Se trata de una solidaridad que ha pasado del lugar angustiado del protagonista de “En la popa hay un cuerpo reclinado” de René Marqués, a una solidaridad construida a partir de la mofa que margina y excluye a la mujer de una amplia gama de foros públicos. Y es que Opus totus surge también en el contexto de una intensa persecusión lesbofóbica que ha estado ocurriendo en el país y en la misma Universidad de Puerto Rico durante los últimos años. La burla unifica a todos los hombres contra la entrada de la mujer masculina—esa misma que representa el Molusco en su personaje “Buchi, bien femenina”, que es “fuerte” pero no lesbiana— en un espacio predominantemente patriarcal. Y la reacción “histérica” de esa masculinidad es la de ocupar el lugar de esa mujer masculina, para convertirla en el objeto de la risa compartida de una cultura de masas. La lesbiana ha logrado recientemente ocupar el lugar de la visibilidad y la burla colectivas que antes le correspondió a la “loca”, en parte gracias a esta colaboración inesperada entre locas y macharranes. Es en ese circuito que se inserta la antología Opus totus, alcanzando con ello una visibilidad y circulación masivas que no compara, lamentablemente, con los circuitos mucho más limitados en los que circula la poesía lesbiana con la que ni siquiera dialoga esta antología, que se proclama como la fundadora de una tradición que ya existe en Puerto Rico desde hace más de cuarenta años.
El segundo asunto que me gustaría señalar, es la aparente complicidad de los medios de comunicación con este desplazamiento de la lesbiana. Por una parte, como ya mencioné, se prefiere cederle la palabra a un supuesto aliado tan problemático como Acevedo, en vez de dialogar con artistas y escritoras que han participado más consistentemente en la cultura LHBTTQ del país. Y quisiera aclarar que mi problema aquí no es la apertura de un dossier de temática gay a la participación de escritores y artistas heterosexuales que quieran hacer una intervención. El problema es cuando el dossier le abre espacio a sujetos oportunistas, que han participado en iniciativas evidentemente homófobas, y que con sus intervenciones quieren autorizar o desautorizar lo que se puede considerar como “buena literatura queer”. El problema es cuando un periódico como Claridad, que se supone que representa una voz alternativa en nuestro país, funciona como cómplice de un proyecto intelectual y artístico que es evidentemente una parodia irrespetuosa de una comunidad minoritaria, y de la producción poética de nuestro país. Esto lo vemos, por ejemplo, cuando recordamos que Claridad publicó en su edición del 21 al 27 de junio del 2007 el prólogo que ya se había incluido en Opus totus como una columna del periódico. Notable es también que esta columna se publicó en el 2007 justo en las mismas fechas en que se celebra la semana del “Orgullo gay”. Por lo tanto, en ese momento Claridad optó por servir de órgano difusor de un texto paródico en vez de abordar el tema de las sexualidades alternativas desde un ángulo más productivo, como publicar una selección de textos literarios de temática queer, o incluso publicar un buen artículo de crítica cultural que aludiera al tema de la sexualidad, en vez de publicar un texto en el que se parodia la producción cultural y el rol del crítico. Por lo menos en el 2010, parece que Claridad ha rectificado su posición y ha decidido iniciar otro tipo de intervenciones mucho más serias, como el EnRojo Queer que he estado comentando.
Me consta que el editor invitado no tenía conocimiento del contexto en que se produjo Opus totus, ni de la relación de Rafael Acevedo con esta antología. De manera que no quiero dar la impresión de que mis críticas al dossier no reconocen la importancia de este esfuerzo editorial que ya hace tiempo que hacía falta en Puerto Rico. Mi crítica va dirigida a la decisión de Acevedo de seguir interviniendo en los debates y publicaciones que tocan el tema de las sexualidades alternativas, y a su auto-denominación como el macharrán heterosexual que custodia la entrada de los textos gays y lésbicos al archivo de la buena literatura. Mi crítica busca diseminar el contexto en el que se escribe una antología como Opus totus, para evitar que se siga vendiendo y anunciando (en librerías que se supone que son de avanzada como La Tertulia) como un ejemplo de poesía lesbiana que no es. Mi crítica busca recuperar el contexto de violencia en el que se produce una intervención como la de Acevedo en este tipo de foro, y busca desenmascarar la violencia de quien busca pasar como aliado de una temática, experiencia y comunidad a la cual no tan sólo no tolera, sino de la que abiertamente se ha mofado y distanciado.
Quisiera terminar este comentario aceptando la invitación de Rubén Ríos Ávila a pensar en Opus totus como un gesto de travestismo que se asemeja a cuando el Obispo de Puebla se disfraza de Sor Filotea para disciplinar a Sor Juana. Me parece que Ríos Ávila demuestra aquí su enorme generosidad intelectual, pues comparte con los autores anónimos de Opus totus la estatura moral del Obispo de Puebla (o quizá trate simplemente de compartir con ellos el gesto disciplinador del patriarca). Sin embargo, quiero pensar este evento tan controvertido en la vida de Sor Juana desde otro ángulo. Y es que algunos estudiosos e historiadores culturales piensan que el Obispo de Puebla fue realmente un aliado de Sor Juana. Al publicar sin su permiso la “Carta Atenagórica”, el Obispo de Puebla incluye una carta de una tal Sor Filotea que reprende a Sor Juana. Pero tras esa reconvención surgió la “Respuesta a Sor Filotea”, texto en el que la monja construye la conmovedora “narración de su inclinación” intelectual. Y con ello, entra en el espacio de las letras coloniales latinoamericanas Sor Juana, quizá la primera mujer intelectual pública de la Nueva España. El Obispo interviene como “Sor Filotea” para posibilitar que Sor Juana responda, y con ello, constituya su voz e invente su tradición. Pero Sor Filotea no es, ni busca hablar por Sor Juana. Su travestismo es un artificio que posibilita la apertura de un espacio antes vedado, para que Sor Juana nos relate su propia biografía intelectual. Y como todos sabemos, tras la carta de Sor Juana no hizo falta una respuesta de Sor Filotea , porque el verdadero apalabramiento no necesita que el sujeto travestido siga ejerciendo su privilegio, sino que lo reconozca y lo ceda.
Yolanda Martínez-San Miguel
New Brunswick, NJ
Día de Orgullo LHBTTQ (27 de junio 2010)
Antes de continuar, sería necesario hacer algunas aclaraciones sobre la antología Opus totus. En primer lugar, este libro no es de tan reciente publicación. La antología salió originalmente en el 2006. Lo que sucede es que los autores decidieron volver a presentar el libro en el 2009, y lo lograron con el apoyo del profesor Luis Felipe Díaz, quien travestido como “Lizza Fernanda” apoyó la publicación diciendo que “El interés por la cultura letrada está empezando a despertar en la comunidad gay, a pesar de que hay una cultura gay escribiendo hace tiempo” (El Nuevo Día, 26 de abril 2009). Segundo, la antología es el proyecto de varios autores heterosexuales que han permanecido en el anonimato, aunque muchos sabemos de quiénes se trata, y sólo Rafael Acevedo ha reclamado públicamente su participación en la preparación del libro. Sin embargo, Acevedo es también el único autor con alguna visibilidad por su trabajo poético y narrativo, ya que el resto de los co-autores son profesores universitarios sin una carrera intelectual significativa. Por último, el trabajo de la edición es muy pobre, y quizá sólo sea salvable la foto de la portada, que ni siquiera fue tomada por ninguno de los co-autores de este texto. Toda esta información ha estado disponible en varias páginas de web y artículos de periódico, pero como suele ocurrir, muchos ignoran estos detalles, y por eso es que fue posible que el dossier de EnRojo incluyese en su primer número dedicado al tema de la sexualidad a uno de los autores de uno de los gestos homofóbicos más públicos de los últimos años.
Regresemos entonces a la intervención de Acevedo en el dossier de EnRojo. La columna de Rafael Acevedo es un texto escrito apresuradamente, y que presenta dos argumentos sin aclarar su posible correlación. Primero, Acevedo critica la “tolerancia” como una práctica que no abre efectivamente espacios de aceptación para la minoría que se tolera, sino que propone una convivencia incómoda con aquél o aquélla a quien a fin de cuentas no se acepta. Segundo, la columna defiende el valor absoluto de una buena literatura, cuestionando el que una literatura gay o lesbiana, o incluso queer, pueda tener los méritos de una literatura que se proyecta a temas universales, refiriéndose a una literatura “sin apellidos”. El problema es que este reclamo de “universalidad” ha sido el argumento que usualmente se utiliza para excluir a literaturas menores, regionales, o minoritarias del canon de una supuesta literatura universal que ha sido tradicionalmente una literatura eurocéntrica. Con ese mismo argumento se ha excluido la literatura puertorriqueña, latina o “de mujeres” de lo que se ha definido como el canon de la literatura occidental. Por otra parte, este argumento supone que las literaturas regionales, étnicas, o comunitarias son de por sí de inferior calidad estética, tan sólo por su compromiso con una realidad inmediata o un movimiento social concreto. Y como ha notado la compañera Lilliana Ramos Collado en su comentario titulado “EnRojo Queer: Las inclusiones y las exclusiones siempre son políticas”, este reclamo de una buena literatura sin apellidos, niega, sin embargo, la existencia de estéticas que se articulan desde experiencias y perspectivas que difieren de esa literatura supuestamente universal que Acevedo define como superior. Por último, este ensayo termina dando permiso a que se publique un EnRojo Queer, gesto que contradice la discusión sobre la tolerancia con la que comienza el artículo, y que también deja a esta lectora preguntándose si Acevedo pensó que estaba escribiendo un prólogo para apadrinar el dossier de EnRojo, en vez de una intervención formal.
Sin embargo, más allá de si el argumento del ensayo de Rafael Acevedo es válido o novedoso, está el tema del lugar que ocupa su intervención en el contexto del dossier, sobre todo cuando recordamos que el autor de este ensayo es el único que ha aceptado abiertamente su participación en la antología de Opus Totus. Esto lo podemos ver claramente en la página del blog del autor, donde se reclama una voz feminista y femenina, y en la que usa el pseudónimo Beba Marucci, que es el mismo que aparece en la antología (http://totalia.blogspot.com/). Esta insistencia en ocupar un discurso femenino es también notable en un artículo que se publicó en El Nuevo Día el 26 de abril de 2009 que se tituló “Hay hambre de poder expresar” y en el cual a Acevedo le corresponde la importante tarea de hablar a nombre de las lesbianas en Puerto Rico (http://www.elnuevodia.com/hayhambredepoderexpresar-561439.html).
Surgen tres interrogantes en relación con el lugar que Acevedo ha decidido reclamar en este contexto. En primer lugar, resulta interesante que el mismo autor que esgrime el argumento de que lo que se debe valorar es la “buena literatura”, dejando de lado los apellidos y regionalismos de una escritura gay, lesbiana o queer, se haya dedicado a la tarea de editar una antología de textos que son realmente parafraseos mediocres de bromas sexuales comunes entre sus amigos macharranes. ¿En dónde queda la buena literatura aquí? ¿o es que por ser “literatura lésbica” se implica ya que es mala literatura, y por ello cualquier mofa barata es una intervención válida? La segunda pregunta que surge es por qué insiste Acevedo en auto-denominarse como el que habla en el lugar de las mujeres y de la comunidad gay y lésbica en Puerto Rico? ¿por qué insiste Acevedo en ocupar la voz de las intelectuales del país, como si esas intervenciones hicieran falta? ¿dónde reconoce Acevedo su lugar privilegiado como hombre heterosexual, y cuándo se le puede recordar que los actos de solidaridad que obliteran la expresión del otro son en efecto actos de paternalismo? Y por último, surge la pregunta ¿por qué es necesario editar una antología de poesía lesbiana mediocre cuando en Puerto Rico tenemos una nutrida tradición poética lésbica (pienso en Nemir Matos Cintrón, Luz María Umpierre, Lilliana Ramos Collado, y Frances Negrón Muntaner, entre tantas otras) que han creado proyectos estéticos diversos, innovadores y muy interesantes? Curiosamente, dos de estos textos clásicos--Las mujeres no hablan así (1981) de Nemir Matos Cintrón y Reróticas (1998) de Lilliana Ramos Collado— se re-editaron este mismo año.
Aunque coincido con la observación de Rubén Ríos Ávila de que esta antología lesbofóbica se puede ver “como reacción histérica de una masculinidad asediada, sitiada, debilitada”, me parece que el efecto de orquestación con el cual se ha visibilizado este texto obedece a un sistema un poco más complejo de yuxtaposiciones afortunadas y desafortunadas. Por una parte, el libro se publica y se anuncia de tal manera, que se imposibilita la crítica abierta al mismo, porque al hacerlo se crea una controversia que inevitablemente atrae más atención hacia la antología y sus autores. Esto ha hecho que muchos nos hayamos quedado callados durante las presentaciones del libro; pero paradójicamente hizo posible que el número especial de EnRojo incluyese al autor del libro junto con la crítica de Ríos Ávila. ¿Justicia poética? Por otra parte, Opus totus no sólo surge en un campo literario donde existe ya una fuerte tradición poética lésbica, sino que el texto ha servido como una intervención paródica que ha promovido una paradójica alianza de macharranes con hombres gays puertorriqueños. O puesto en palabras más simples, las “locas” le hacen la rueda a los macharranes que publican esta antología, y en el proceso algunos de ellos hacen carrera. El mejor ejemplo, por supuesto, es el de Lizza Fernanda y los autores de Opus totus. Este tema, sobre el que Efraín Barradas ha escrito un fascinante ensayo titulado “El macho como travesti. Propuesta para una historia del machismo en Puerto Rico”, nos lleva a cuestionar una alianza en la que hombres heterosexuales y homosexuales se alían ante la amenaza común de una masculinidad asediada a nivel social e institucional. Se trata de una solidaridad que ha pasado del lugar angustiado del protagonista de “En la popa hay un cuerpo reclinado” de René Marqués, a una solidaridad construida a partir de la mofa que margina y excluye a la mujer de una amplia gama de foros públicos. Y es que Opus totus surge también en el contexto de una intensa persecusión lesbofóbica que ha estado ocurriendo en el país y en la misma Universidad de Puerto Rico durante los últimos años. La burla unifica a todos los hombres contra la entrada de la mujer masculina—esa misma que representa el Molusco en su personaje “Buchi, bien femenina”, que es “fuerte” pero no lesbiana— en un espacio predominantemente patriarcal. Y la reacción “histérica” de esa masculinidad es la de ocupar el lugar de esa mujer masculina, para convertirla en el objeto de la risa compartida de una cultura de masas. La lesbiana ha logrado recientemente ocupar el lugar de la visibilidad y la burla colectivas que antes le correspondió a la “loca”, en parte gracias a esta colaboración inesperada entre locas y macharranes. Es en ese circuito que se inserta la antología Opus totus, alcanzando con ello una visibilidad y circulación masivas que no compara, lamentablemente, con los circuitos mucho más limitados en los que circula la poesía lesbiana con la que ni siquiera dialoga esta antología, que se proclama como la fundadora de una tradición que ya existe en Puerto Rico desde hace más de cuarenta años.
El segundo asunto que me gustaría señalar, es la aparente complicidad de los medios de comunicación con este desplazamiento de la lesbiana. Por una parte, como ya mencioné, se prefiere cederle la palabra a un supuesto aliado tan problemático como Acevedo, en vez de dialogar con artistas y escritoras que han participado más consistentemente en la cultura LHBTTQ del país. Y quisiera aclarar que mi problema aquí no es la apertura de un dossier de temática gay a la participación de escritores y artistas heterosexuales que quieran hacer una intervención. El problema es cuando el dossier le abre espacio a sujetos oportunistas, que han participado en iniciativas evidentemente homófobas, y que con sus intervenciones quieren autorizar o desautorizar lo que se puede considerar como “buena literatura queer”. El problema es cuando un periódico como Claridad, que se supone que representa una voz alternativa en nuestro país, funciona como cómplice de un proyecto intelectual y artístico que es evidentemente una parodia irrespetuosa de una comunidad minoritaria, y de la producción poética de nuestro país. Esto lo vemos, por ejemplo, cuando recordamos que Claridad publicó en su edición del 21 al 27 de junio del 2007 el prólogo que ya se había incluido en Opus totus como una columna del periódico. Notable es también que esta columna se publicó en el 2007 justo en las mismas fechas en que se celebra la semana del “Orgullo gay”. Por lo tanto, en ese momento Claridad optó por servir de órgano difusor de un texto paródico en vez de abordar el tema de las sexualidades alternativas desde un ángulo más productivo, como publicar una selección de textos literarios de temática queer, o incluso publicar un buen artículo de crítica cultural que aludiera al tema de la sexualidad, en vez de publicar un texto en el que se parodia la producción cultural y el rol del crítico. Por lo menos en el 2010, parece que Claridad ha rectificado su posición y ha decidido iniciar otro tipo de intervenciones mucho más serias, como el EnRojo Queer que he estado comentando.
Me consta que el editor invitado no tenía conocimiento del contexto en que se produjo Opus totus, ni de la relación de Rafael Acevedo con esta antología. De manera que no quiero dar la impresión de que mis críticas al dossier no reconocen la importancia de este esfuerzo editorial que ya hace tiempo que hacía falta en Puerto Rico. Mi crítica va dirigida a la decisión de Acevedo de seguir interviniendo en los debates y publicaciones que tocan el tema de las sexualidades alternativas, y a su auto-denominación como el macharrán heterosexual que custodia la entrada de los textos gays y lésbicos al archivo de la buena literatura. Mi crítica busca diseminar el contexto en el que se escribe una antología como Opus totus, para evitar que se siga vendiendo y anunciando (en librerías que se supone que son de avanzada como La Tertulia) como un ejemplo de poesía lesbiana que no es. Mi crítica busca recuperar el contexto de violencia en el que se produce una intervención como la de Acevedo en este tipo de foro, y busca desenmascarar la violencia de quien busca pasar como aliado de una temática, experiencia y comunidad a la cual no tan sólo no tolera, sino de la que abiertamente se ha mofado y distanciado.
Quisiera terminar este comentario aceptando la invitación de Rubén Ríos Ávila a pensar en Opus totus como un gesto de travestismo que se asemeja a cuando el Obispo de Puebla se disfraza de Sor Filotea para disciplinar a Sor Juana. Me parece que Ríos Ávila demuestra aquí su enorme generosidad intelectual, pues comparte con los autores anónimos de Opus totus la estatura moral del Obispo de Puebla (o quizá trate simplemente de compartir con ellos el gesto disciplinador del patriarca). Sin embargo, quiero pensar este evento tan controvertido en la vida de Sor Juana desde otro ángulo. Y es que algunos estudiosos e historiadores culturales piensan que el Obispo de Puebla fue realmente un aliado de Sor Juana. Al publicar sin su permiso la “Carta Atenagórica”, el Obispo de Puebla incluye una carta de una tal Sor Filotea que reprende a Sor Juana. Pero tras esa reconvención surgió la “Respuesta a Sor Filotea”, texto en el que la monja construye la conmovedora “narración de su inclinación” intelectual. Y con ello, entra en el espacio de las letras coloniales latinoamericanas Sor Juana, quizá la primera mujer intelectual pública de la Nueva España. El Obispo interviene como “Sor Filotea” para posibilitar que Sor Juana responda, y con ello, constituya su voz e invente su tradición. Pero Sor Filotea no es, ni busca hablar por Sor Juana. Su travestismo es un artificio que posibilita la apertura de un espacio antes vedado, para que Sor Juana nos relate su propia biografía intelectual. Y como todos sabemos, tras la carta de Sor Juana no hizo falta una respuesta de Sor Filotea , porque el verdadero apalabramiento no necesita que el sujeto travestido siga ejerciendo su privilegio, sino que lo reconozca y lo ceda.
Yolanda Martínez-San Miguel
New Brunswick, NJ
Día de Orgullo LHBTTQ (27 de junio 2010)